domingo, 26 de agosto de 2012

LA LOTERIA

Un hombre soñó que le tocaba la lotería y se levantó decidido a dejar que se cumpliera el destino. A la misma hora en que terminaba de arreglarse, que es la misma hora de siempre, una mujer que miraba el mundo desde el fondo de una botella de anís deja abierta la espita del gas. Pero esto nuestro hombre no podía saberlo. Como había soñado que compraba el boleto en una administración diferente de la habitual, porque este hombre jugaba regularmente, se encaminó hacia el mercado donde estaba la número quince. El quince no es un número especialmente mágico. Menos aún que su conocida administración trece de toda la vida, pero un sueño es un sueño. Atravesó el umbral de la suerte a la misma hora de siempre, pero en un lugar diferente. A la misma hora exacta en que pagaba su boleto sin mirar el número, la mujer de la botella de anís prendía el último fósforo de su vida. Pero esto nuestro hombre no tenía modo de saberlo. El hombre que había soñado la lotería nunca se enteró de que la administración número trece quedaba sepultada bajo un edificio arruinado. Esto nunca lo supo y si ese día cambió definitivamente de administración fue porque el sueño decía dónde, pero no cuándo le iba a tocar. El hombre que soñaba siguió esperando su destino sin percatarse de que la lotería ya le había tocado.  

Pepe Reig, 2007

viernes, 17 de agosto de 2012

ALAS

Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca.
Una tarde me trajeron un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando  para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
-¿Por qué no volaste, m´hijo, al sentirte caer?
-¿Volar?- me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?

Enrique Anderson-Imbert, 1976